lunes, 24 de enero de 2011

Oh, happy days!

Porque una fría noche de invierno, mientras trataba de conciliar el sueño, me pregunté "¿qué hay en mi corazón?" y me di cuenta de que ya no estabas. Te habías ido, y esperé que no volvieras. Me senté en la cama con una sonrisa. Ya no era esa sonrisa torcida, casi macabra, que exhibía cada vez que trataba de simular eso que todos llaman felicidad, pues era una sonrisa de las de verdad, de las que tienen las personas que no tienen el corazón podrido, destruido o simplemente dañado. Fue como un baño reparador.

Rápidamente me levanté y me miré en el espejo "sí, soy otra" pensé. Ya no tenía ese tono opaco en los ojos, que parecía más cercano a la misma muerte que a la vida. Ahora estaban rebosantes de energía (sin exagerar, claro, no había encontrado la piedra filosofal de la felicidad, simplemente había sanado mis heridas) y no quedaba rastro alguno de infelicidad.

Después de pasar un largo rato frente al espejo, me senté en la cama y unas preguntas surgieron en mi mente, que repetí en alto varias veces tratando, quizá, de hallar una respuesta en mí misma, o simplemente de hallar una pista que me diera la oportunidad de saberlo...

- ¿Hasta cuándo estaré así? ¿Volverá mi corazón a dejar de latir por alguien? ¿Se marchitará la felicidad o por lo contrario, seguiré siendo feliz, olvidando lo que es amar a otra persona? ¿Vale la pena no volver a amar o vale la pena esforzarse de nuevo?

Y decidí que esas preguntas no tenían la menor importancia, ¿para qué preocuparse por el futuro, cuando el presente es genial? Así que empecé a disfrutar de verdad.

Al día siguiente salí de casa con una agradable sonrisa. Aunque, claro, no sabía que esa era la sonrisa que llevaba exhibiendo varios días. Puesto que en que esa felicidad era algo que hacía tiempo que no sentía.