martes, 23 de febrero de 2010

Mi pequeño...

Quizás algún día logre arrancarme este corazón que tanto dolor me causa día tras día, pero no puedo, y por ello no puedo olvidar el dolor, el dolor de que te hayas marchado y no puedas volver... Cada día que pasa es una tortura, un granito de arena que se va sumando a la montaña, un dolor insufrible, y hoy... Hoy la gota ha colmado el vaso... Hoy... Hoy ya no existes... Quiero aferrarme a la idea de que sí, pero sé que no es cierto, yo misma pude comprobarlo.
Te necesito, siento... Siento como si algo faltara dentro de mí, como si algo no estuviera bien... Ahora lo único que puedo hacer es decirte adiós, que te vaya bien dondequiera que estés, que te encuentres bien, allá, en el cielo. ¿Algún día volveremos a vernos? Dios quiso llevarte consigo y yo no pude evitarlo, no pude despedirme de ti...
El dolor de tu partida es intenso, pero soy fuerte, sé que lo superaré y que algún día volveremos a estar juntos. Solo quiero que desde el cielo sepas que estoy orgullosa de tí, que te quiero y que te deseo lo mejor del mundo, que si hay vida después de la muerte la tuya sea la más dichosa, la mejor vida que se pueda tener.
Me quedaré con el recuerdo de aquellas tardes que pasabamos jugando, aunque tú eras muy asustadizo, de aquellas tardes que le mordías la camisa a mi madre y ella se enfadaba, de aquellas conejitas que tanto te gustaban, de lo vago que eras, de lo que te encantaba echarte al sol (pero que nadie se te acercara), de lo que odiabas que te cogieran en brazos como a un niño pequeño...

Te quiero...

See you in heaven

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